Dr. Rodolfo C. Puche
Presidente AAOMM 1984/85

Los miembros mas jóvenes de la Asociación probablemente desconozcan que AAOMM tuvo su inicio -una experiencia piloto, de 6 años de duración- en una serie de reuniones de investigadores interesados en un problema de medicina veterinaria: el “enteque seco”. Como suele suceder tan frecuentemente en investigación, tanto o más que el resultado, lo sorprendente es el sorprendente decurso de los acontecimientos. Las líneas que siguen han sido escritas disfrutando de los beneficios de la visión retrospectiva.

Hacia 1967 me planteé cambiar el tema de investigación y analicé dos alternativas. Dedicarme al tejido nervioso o al tejido óseo, dos áreas de investigación que parecían atractivas. Después de analizar las posibilidades de ambas (literatura y modelos experimentales disponibles), quizá porque me pareció más accesible e interesante, elegí el tejido óseo. Buena parte de la decisión fue inducida por un amigo, el Dr. Osvaldo Garrocq, a la sazón Director del Centro de Biología, quien me entusiasmó con la posibilidad de experimentar con el cultivo in vitro de tejido óseo, en el que tenia experiencia. El cultivo de hueso embrionario de ave requiere gallos, gallinas y huevos embrionados. La ayuda de Osvaldo fue clave por su entusiasmo y generosidad para proveer esos recursos.

Una ventaja del tema, que aprecié rápidamente fue la del reducido número de revistas a consultar: Clinical Orthopedics and Related Research (única revista que en ese momento publicaba trabajos de biología ósea junto con los de cirugía e investigación clínica), el Journal of Clinical Investigation (para investigaciones clínicas), algún artículo en Experientia, Science o Nature y la recientemente aparecida Calcified Tissue Research.

No obstante disponer de algunos recursos interesantes de trabajo (medios de cultivo, una primitiva campana de flujo laminar, incubadora con atmósfera gaseosa controlada, etc.), aquellos trabajos parecen hoy elementales, porque (para nosotros) eran desconocidas las técnicas de biología molecular. Sin embargo, nuestros experimentos tuvieron buena acogida, fueron aceptados por Calcified Tissue Research (después llamada Bone & Mineral) y fui miembro de su Comité Editorial entre 1984 y 1989.

Hacia 1976 pensamos que sería adecuado tener algún “rótulo” que nos identificara. Años atrás había trabajado en un laboratorio que tenía un cartel, pegado en la pared, que decía:

Laboratorio. Por favor, las primeras cinco, no las últimas ocho.

Quizá marcado por el lema o porque mi carácter es enteramente compatible con él, llamamos al nuestro: Laboratorio de Biología Ósea. Este nombre no requería aprobaciones especiales ni es exigible su perduración en el tiempo: un laboratorio implica solamente que en él se trabaja en el tema del calificativo.

Casi al mismo tiempo nos asociamos a la Sociedad Argentina de Investigación Clínica y comenzamos a presentar nuestros resultados en las Reuniones Anuales. Allí conocí al Dr. Carlos Mautalen, que había iniciado investigaciones en conejos para investigar la calcinosis del ganado, conocida como “Enteque Seco” producida por la ingestión de hojas de una planta propia de zonas bajas e inundables llamada “duraznillo blanco”. Carlos Mautalen había interesado a un químico de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA para que aislara e identificara el principio activo causante del enteque. El avance del trabajo requería la verificación de la actividad osteotrópica de los extractos, en un modelo experimental que, a diferencia del conejo adulto, requiriera montos pequeños de las fracciones de principio activo, cuya preparación era muy costosa y laboriosa.

Y por esta vía, el Enteque Seco llegó al Laboratorio, nos entusiasmamos con el tema, tanto como modelo experimental para el estudio de la calcinosis como por su probable importancia económica respecto de la producción animal. Al grupo se unieron Fernando Cañas y colaboradores de Córdoba y poco después Ricardo Boland y su grupo de Bahía Blanca que estaba trabajando con Bernardo Carrillo, del INTA de Balcarce. Y comenzamos a reunirnos una vez por año, tanto para intercambiar información como para disfrutar de la interacción interdisciplinaria. Poco después surgió la idea de constituir una sociedad científica, aunque teníamos algunas dudas sobre el entusiasmo que el tema podría suscitar en el ambiente nacional.

Resultó evidente que no estábamos habituados a participar en una sociedad multidisciplinaria y por ello, desde el principio, apreciamos claramente que una sociedad dedicada a la biología ósea y el metabolismo mineral iba a ser pequeña pero que iba a contribuir con gran eficacia a nuestro desarrollo.

El crecimiento ha sido lento: la AAOMM duplicó el número de asociados en 25 años, ha mantenido un volumen de investigaciones suficientes como para alimentar una reunión anual, ha superado algunas crisis en su trayectoria, con escaso daño colateral.

Cada Comisión Directiva fue aportando su trabajo sobre la construcción de la comisión previa. Sus miembros adquirieron experiencia en la conducción y en el conocimiento de las necesidades de una sociedad científica, que requiere de los dirigentes de ese momento, la cesión de parte de su tiempo en beneficio de los demás. La primera reunión anual se realizó en Rosario y el Comité Organizar inició sus gestiones con 200 dólares reunidos entre el grupo inicial de 10 personas. Gracias a Mautalen conseguimos la presencia de Livia Miravet que se encontraba de visita en Córdoba (y que le dio el toque internacional a la reunión) y que cerró con una mesa de quesos recordada durante los siguientes 10 años.

El crecimiento de AAOMM ha sido la consecuencia del mantenimiento y la aplicación de pautas democráticas de comportamiento. El carácter multidisciplinario de la asociación forzó (una vez por año) a muchos de sus miembros a incorporar (a veces dolorosamente) conceptos y conocimientos ajenos a su trabajo diario o a sus estudios de grado. Cada uno de nosotros debe reconocer los beneficios que tales incorporaciones trajeron a nuestra formación.

En mi opinión el balance entre investigaciones básicas y clínicas, ha contribuido a mantener la cuota de espíritu amateur. Mi percepción sobre la importancia asignada por la industria farmacéutica a nuestra sociedad fue variando con el tiempo. Importante (aunque expectante ante el futuro) en la primera época, cuando nuestro modesto tamaño no requería demasiado dinero, ni despertaba demasiado entusiasmo por lo modesto de la convocatoria de nuestras reuniones, hasta alcanzar la calificación actual de “sociedad formadora de opinión”.

El curso de los acontecimientos ha demostrado experimentalmente las bondades de la persistencia en el tiempo del carácter multidisciplinario y de los objetivos de la asociación.

Aprecio las bondades de la investigación científica sobre mi formación, así como los frutos del camino recorrido: la adquisición de confianza en la propia capacidad y el aprendizaje de maximizar la utilización de los recursos disponibles. Los contactos entre grupos han ido en aumento. La reciente incorporación de los odontólogos ha sido otro factor importante. La investigación científica es la gran aventura democrática de nuestro tiempo. Todos los aportes, grandes o modestos, contribuyen a conocer el mundo que nos rodea.

La Naturaleza vende caro sus secretos. Y sus secretos son infinitos. Me siento feliz de haber participado en esta experiencia y disfrutado de los beneficios de interacción multidisciplinaria no buscada como objetivo, sino surgida por la necesidad espiritual de avanzar en el conocimiento.

Dr. Rodolfo C. Puche